JUAN PABLO II HACE XXX AÑOS DE SU ELECCION COMO SUMO PONTIFICE
Ayer 16 de octubre de 2008 se cumplieron 30 años de la elección como Sucesor de Pedro de Juan Pablo II. Aquel polaco, de nombre un tanto extraño KarolWojtyla que quiso unir en su pontificado dos nombres ilustres el de Juan yel de Pablo.Un obispo valenciano, el actual titular de las Iglesias de Ibiza yFormentera, Vicente Juan Segura es, tal vez, el clerigo valenciano que mejorconoce al antecesor de Benediocto XVI por haber trabajado durante 11 añosmuy cerca de él, en la Curia Vaticana y haberle acompañado en algunos de losmuchos viajes que, como pastor de la Iglesia Católica, tuvo que hacer paraofrecer luz allá donde había tinieblas y para dar nuevas energías allá dondehabía desazón y poco empuje para hacer del Evangelio el centro de sus vidas.Ese era Juan Pablo II. Un papa que enamoró por igual a jóvenes y hombresmaduros a sacerdotes y laicos. Era Juan Pablo II, ahora conocido como 'elmagno' aunque, como más tarde leeremos en el escrito que mons. Vicente JuanSegura ha publicado con ocasión de este XXX Aniversario en el Diario deIbiza, el papa polaco era ante todo un hombre sencillo, afable, que creía enDios y creía en las posibilidades del ser humano.Hoy debemos de tener un recuerdo en el rezo del santo rosario para el primerpapa del siglo XXI y el último del siglo XX y tener la paciencia necesariapara que la Iglesia, tomando el tiempo que haga falta y que siempre serequiere, lo entronice como un santo más. Como uno de los muchos que élbendijo en su larga y fructífera etapa como Obispo de Roma.
CON LA FIRMA DE MONSEÑOR VICENTE JUAN SEGURA, OBISPO DE IBIZA Y FORMENTERA
Se cumplen ahora 30 años de cuando el cardenal Pericles Felici se asomó albalcón central de la fachada principal de la basílica de San Pedro paraanunciar «Habemus Papam». El anuncio del nombre del elegido fue una sorpresapara muchos: nunca habían oído el nombre de Karol Wojtyla; no faltaronquienes, ante lo extraño del apellido pensaron que se trataba de un Papaafricano. Cuando el elegido salió al balcón para bendecir a la muchedumbre,al pronunciar su primera alocución, dijo: «Y así me presento a todosvosotros para confesar nuestra fe común, nuestra esperanza y nuestraconfianza en la Madre de Cristo y de la Iglesia; y también para comenzar denuevo el camino de la historia y de la Iglesia, con la ayuda de Dios y conla ayuda de los hombres». Se iniciaba un pontificado largo y fecundo,verdadero tiempo de gracia para la Iglesia y, en consecuencia, para lahumanidad.Cuando, casi veintisiete años después, Juan Pablo II entraba en la eternidady consumaba su entrega en la muerte, el pueblo espontáneamente gritabadurante sus funerales: «Santo subito, Santo subito» (que quiere decir:¡santo enseguida!). ¿Qué ha pasado en esos años para que un cardenal polaco,desconocido para muchos, convertido en Papa, haya llegado a ser unindiscutido lider de la Humanidad?Tuve el privilegio de servirle y trabajar cerca de él durante casi onceaños, acompañándole en viajes por América y España, en tantas audiencias yotros momentos significativos de su pontificado. Doy gracias a Dios porello. Recuerdo siempre conmovido la bendición que, con paterno afecto, meimpartió personalmente la víspera de publicarse mi nombramiento como obispode Ibiza, cuando le acompañé por última vez en una audiencia en mi anteriorresponsabilidad en la Santa Sede. Conmueve pensar cómo Ibiza y Formenteraestuvieron especialmente presentes en aquella ocasión en el corazón delPapa. Ante este significativo aniversario de su elección a la Cátedra de SanPedro, quisiera evocar algunos rasgos del Pontífice que muchos llaman`Magno´ y cuya elevación a la gloria de los altares, después de seguir elcamino marcado por la disciplina de la Iglesia, esperamos con entusiasmo.Al empezar solemnemente su pontificado, el 22 de octubre de 1978, exclamabaen plaza de San Pedro ante numerosos Jefes de Estado, gobernantes,eclesiásticos y fieles llegados de todas las partes del mundo: «Hermanos yhermanas: ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar supotestad!¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con lapotestad de Cristo, servir al hombre y a la Humanidad entera! ¡No temáis!Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a supotestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos ylos políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y deldesarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce `lo que hay dentro del hombre´.¡Sólo Él lo conoce!». Ese día supimos que Juan Pablo II era un hombrevaliente en la época de los grandes miedos: miedo a la cruz, miedo alfuturo, miedo a la muerte... ¡cuántos miedos en nuestro mundo! Y sin embargoKarol Wojtyla vivió y murió sin miedo. En su existencia la cruz no fue sólouna palabra, sino una realidad que le acompañó. Desde su infancia y sujuventud experimentó el dolor y la muerte. Como sacerdote y como obispo, ysobre todo como Sumo Pontífice, respondió siempre a la última llamada deCristo resucitado a Simón Pedro, en la ribera del lago de Galilea:«Sígueme... Tú sígueme» (Jn 21, 19. 22). En el lento pero implacable avancede su última enfermedad, que poco a poco lo despojó de todo, sus días eranuna ofrenda completa a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad, sin reservarsenada para sí.No tuvo miedo de defender la paz por encima de todo, incluso oponiéndose alos poderosos de este mundo. ¿Quién no recuerda con emoción y admiración elgrito del 16 de marzo de 2003 cuando asomándose a la ventana de su estudio,sin miedo, exclamó: «Yo sé, yo sé bien lo que es la guerra, y por eso tengoel deber de decir a los que creen en la guerra que la guerra multiplica elodio y no resuelve los problemas».No ha tenido miedo de defender la familia de las múltiples agresiones que,bajo la óptica de un falso progreso y de conquista de inexistentes derechos,se multiplican por doquier. En una época, como la nuestra en la que sedeteriora la conciencia de la ineliminable dualidad esposo-esposa ypadre-madre, Juan Pablo II, con ojo profético, había percibido cómo hoy estáen peligro la humanidad del hombre, es decir, el proyecto constitutivo delmatrimonio, unión de un hombre y una mujer que se convierten, por medio delamor fiel, en cuna de la vida y lugar insustituible de crecimiento yeducación de la vida humana. Tal vez, dentro de algunos años o deceniospodremos apreciar, incluso mejor, la obra llevada a cabo por Juan Pablo IIpara reconstruir el sentido de la familia ante la falta de luz en lainteligencia de muchos de nuestros contemporáneos.Nuestra época se caracteriza también por los ataques la vida humana, seadespreciándola con los abominables crímenes del aborto o la eutanasia, seaponiendo en peligro la vida de muchos hombres y mujeres con el hambre, lapersecución injusta, la opresión ideológica, las condiciones difíciles, etc.Ante ese panorama mundial, Juan Pablo II ha sido un hombre que ha actuadosin miedo en la defensa de la dignidad de la vida humana, de toda vidahumana, de cada vida humana, de cualquier raza, sana o enferma, rica opobre, desde la concepción hasta la muerte. Él buscó hacer entender que ladefensa de la vida no es un hecho confesional, no es una ingerencia de lareligión en la política, sino un tema de pura y coherente inteligencia parafundar la posibilidad de la convivencia civil y pacífica entre los hombres.No tuvo miedo de acercarse a los jóvenes, ni de defenderlos de lasagresiones de adultos sin escrúpulos, que los explotan sin ofrecerles unasalternativas nobles de vida, de diversión, de futuro. Fue valiente en buscary hablar a los jóvenes. En unos tiempos en los que parece que la Iglesia noes capaz de entender a los jóvenes y parece privada de credibilidad ante lasnuevas generaciones, Juan Pablo II, valiente y convencido, no ha seguido latáctica del avestruz de esconder la cabeza. Él era bien consciente de quelos jóvenes, sin Cristo, no pueden encontrar nunca el sentido de la vida yno llegan a saborear la verdad fascinante del amor, que es donación y nuncacapricho que reconduce todo a sí mismo. El Papa buscó a los jóvenes y losjóvenes lo tuvieron como un amigo: amigo de verdad, amigo sincero, amigo queno se pliega a compromisos para tener audiencia, amigo que no renuncia a lapropuesta evangélica para ser popular, amigo que no usa la demagogia paraarrancar aplausos a los jóvenes.Su valentía brilla esplendorosamente en el periodo difícil de la enfermedadque le llevó a la muerte. Durante la enfermedad, que lenta y progresivamenteprivaba a Juan Pablo II de los rasgos que le eran congeniales y másapreciados por la gente, él no se escondió, sino que la vivió públicamente,transformándola en un púlpito, en una catequesis que conmovió a toda laHumanidad.¿Dónde está el secreto de esa personalidad? Sin duda en la santidad de suvida, fruto de una fe vigorosa, una esperanza firme y una caridad sinlímites. He sido testigo de cómo en sus viajes por el mundo entero, JuanPablo II por la mañana se levantaba antes que los otros, según el horarioprevisto y se postraba en adoración ante el sagrario; y como Moisés, surostro se impregnaba de luz. Por la noche, cuando regresábamos de losencuentros o las celebraciones, él se retiraba en la capilla y, como hahecho todos los días de su vida, recitaba el Vía-Crucis.Su santidad hizo de él un hombre que actuaba «como si viera al invisible»,con una profunda serenidad interior, expresión de su abandono en manos delSeñor, fuente de esperanza. El mensaje de su santidad es lo que más sigueimpresionando y por eso, es como si hoy nos siguiera diciendo a todos: «Notengáis miedo, abrid de par en par las puertas a Cristo. Vivid unidos conél. En su presencia, en su amistad está el secreto del éxito de la vida».En el caso de Juan Pablo II está sucediendo un hecho poco común: conformepasan los días y los meses crece el recuerdo, crece el afecto, crece laadmiración, crece la gratitud. Son innumerables las plazas y las calles quele son dedicadas e historiadores y cronistas se dedican a hacer un balance,naturalmente incompleto y provisional de su vida y sus enseñanzas. Y laprocesión de masas continua, fiel y devota, ante su humilde tumba, excavadaen la dura tierra de la colina vaticana: es un hecho innegable. Me contabauna joven pareja de nuestra isla, que contrajo matrimonio no hace mucho,cómo con ocasión de un viaje, con otros amigos a Roma, ante el sepulcro deJuan Pablo II, con la emoción propia del momento, él le pidió a ella siquería ser su esposa. Al salir de la basílica, para refrendar ese amor quemutuamente se habían declarado en ese lugar santo, el joven le ofreció unramo de flores a su ya prometida y ella le pidió volver a la cripta paradepositarlo en la tumba del Papa difunto. Algún tiempo después seconvirtieron y son marido y mujer, esposo y esposa.Que Juan Pablo II, que, como decía el cardenal Ratzinger en sus funerales:«Desde la ventana de la Casa del Padre, nos mira y nos bendice» acompañe atodas las familias, a todos los jóvenes, a todos los ancianos, a los niños,a todas las personas de nuestras Islas de Ibiza y Formentera.
Finalizamos este recuerdo haciéndonos eco precisamente del artículo que,sobre Los Misterios Lumionosos firmó el recordado papa en su cartaapostólica que sobre el Santo Rosario firmó el 16 de octubre de 2002, en elinicio del vigésimo quinto año de su Pontificado.
DE LA CARTA APOSTÓLICA ROSARIUM VIRGINIS MARIAE DEL SUMO PONTÍFICE JUANPABLO II AL EPISCOPADO, AL CLERO Y A LOS FIELES SOBRE EL SANTO ROSARIO
Misterios de luz21. Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública deJesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar demanera especial «misterios de luz». En realidad, todo el misterio de Cristoes luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8, 12). Pero esta dimensión semanifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia elevangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cincomomentos significativos misterios «luminosos» de esta fase de la vida deCristo, pienso que se pueden señalar: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. suautorrevelación en las bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Diosinvitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de laEucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona mismade Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él,mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf. 2 Co5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre loproclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobreÉl para investirlo de la misión que le espera. Misterio de luz es elcomienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo,transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fegracias a la intervención de María, la primera creyente. Misterio de luz esla predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios einvita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien seacerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2, 3-13; Lc 7,47-48), iniciando así elministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin delmundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado ala Iglesia. Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que segúnla tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidadresplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante losapóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35 par.) y sedispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegarcon Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por fin, la institución de laEucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangrebajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por lahumanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por cuya salvación se ofrecerá ensacrificio.Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en eltrasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún queotro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nadadicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución dela Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Canáacompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en elJordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparecetambién en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitaciónmaterna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él osdiga» (Jn 2, 5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras ysignos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondomariano de todos los «misterios de luz».
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