viernes, 7 de noviembre de 2008

RELATOS DE JOSE ANGEL: 60 ANIVERSARIO DE LA DECLARACION UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS


2OO8 : 60 ANIVERSARIO DE LA DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS


Es importante que aprovechando este 'boom' que se ha creado acerca del 60 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos desde la Comisión Diocesana Justicia y Paz se haya propuesto como materia de trabajo y de estudio ahondar precisamente en algo en que todos debemos de esforzarnos por cumplir y hacer cumplir: los Derechos Humanos, algo que es nuestro, que, por lo tanto, nos pertenece y que nos libera de falsas ataduras. Vamos pues a trabajar todos para, de alguna forma, hacer que esa Declaración que se firmó el 10 de diciembre de 1948 sea el faro y guía que nos ilumine nuestro 'pasar' por la tierra. Y como la Iglesia en esto tiene mucho que ver me ha parecido fenomenal que desde la Comisión Diocesana 'Justicia y paz' se aborde esta efemérides como también me parece fenomenal que la Hermandad del santísimo Cristo de los Afligidos, aprovechando la LoterÍa de Navidad se haya hecho eco de este 60 aniversario y haya querido propagar todo lo,que en si mismo, encierra esta Declaración Universal que ni es tuya ni mía, sino todo lo contrario, DE TODOS Y PARA TODOS.



LA COMISION DIOCESANA DE “JUSTICIA Y PAZ” ORGANIZÓ UNA MESA REDONDA SOBRE INICIATIVAS EN DEFENSA DE LOS DERECHOS HUMANOS PARA CONMEMORAR EL 60 ANIVERSARIO DE SU DECLARACIÓN UNIVERSAL

La comisión diocesana Justicia y Paz organizó ayer, jueves, una mesa redonda sobre “Iniciativas sociales en defensa de los derechos humanos”.
En el coloquio participaron como ponentes José Real Navarro, responsable de Formación de Cáritas Diocesana de Valencia; Sara Verdú, integrante de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado-CEAR, y Carmen Soto Peris, presidenta de la Unión Territorial de Amnistía Internacional de la Comunitat Valenciana. Y aprovechando el tema les traigo uno de mis relatos.

Franz Jägerstätte: Un mártir de los Derechos Humanos
(Relatos desde el Cañamelar por José Ángel CRESPO FLOR).

En numerosas ocasiones, en este mismo blog, nos hemos eco eco de la importancia que tiene la Declaración Universal de los Derehos Humanos de la que ahora, en el 2008, estamos celebrando el 60 aniverrsario de su implantación y, por lo tanto, puesta en acción. Esta Declaración Universal se hace especialmente importante si contemplamos ejemplos como los que nos proporciona Franz Jägerstätter, un joven campesino que no dudó en decir ‘no’ al mismísimo Hitler. Ese 'no' por supuesto le acarreó primero la persecución, después la prision y por último la guillotina. Eso ocurrió en 1943- El papa Benedicto XVI, en el 2007 reconoció su martirio y autorizó su beatificación. No será la primera vez que hablemos de este mártir de nuestro tiempo por entender que son precisamente estos mártires los que dignifican la religión católica y los que nos alientan para que sigamos nuestro camino pese a las tendenciosas campañas de grupos que precisamente se afanan en borrar la Cruz, todo lo que signifique Dios y todo lo que sea amar al hombre por ser precisamente criatura de Dios.Franz Jägerstätter, era un joven campesino austríaco, católico, casado con Franziska y padre de tres hijos. El 9 de agosto de 1943, a la edad de 36 años, fue decapitado en una cárcel cercana a Berlín, por su oposición a la guerra y por haberse expresado varias veces contra el Führer y el nacionalsocialismo. Escribió poco antes de la muerte: “¿Se puede ser al mismo tiempo soldado de Cristo y soldado del nacionalsocialismo, se puede luchar por la victoria de Cristo y de su Iglesia y contemporáneamente para que venza el nacionalsocialismo?”Añadió: “Si Dios no me hubiese dado la gracia y la fuerza para morir, en caso de ser necesario, para defender mi fe, quizás haría sencillamente lo que hace la mayoría de la gente. Dios puede, en efecto, conceder su gracia como Él quiere. Si otros hubiesen recibido tantas gracias como yo he recibido, quizá habrían hecho cosas mejores que yo”.Ejemplos como los de este valiente austriaco llamado Franz Jägerstätter nos deben de hacer meditar en la importancia que aún hoy en día tienen esos Derechos Humanos de los que estamos celebrado su 60 aniversario y cómo estos se adecuan perfectamente a la realidad social de la que no se cansa de hablar nuestra Iglesia. Una realidad social que se fundamente en tres actos: los Derechos Humanos, La Palabra de Dios y la Eucaristía. El ejemplo que hoy traemos, el 'vía crucis' que tuvo que sufrir este joven austriaco por defender su integridad religiosa se fundamentó en esos tres aspectos a los que antes hemos aludido. Lean lo que a continuación hemos publicado my verán la riqueza que encierra en sí mismo el testimonio de este mártir, uno de los muchos, que nos ha dejado el siglo XX
(Lo que ha publicado El Vaticano de Franz Jägerstätter (1907-1943) )Franz Jägerstätter nació el 20 de mayo de 1907 en la aldea de St. Radegung, Austria, a pocos kilómetros de la frontera con Baviera. Durante su adolescencia y su juventud se distinguió por su alegría y vitalidad. A pesar de las tentaciones propias de su edad, permaneció siempre firmemente arraigado en los principios de la fe. Rezaba todos los días y recibía con frecuencia los sacramentos. En 1931 su padre, propietario de una granja, enfermó gravemente, y Franz se vio obligado a ocuparse de ella para mantener a la familia. En 1936 contrajo matrimonio con Franziska Schwaniger. Tuvieron tres hijas: Rosalía, María y Luisa. Los esposos eran católicos practicantes, profundamente devotos y recibían diariamente la sagrada Comunión.
Llamado a cumplir el servicio militar en 1943, en pleno conflicto mundial, declaró que como cristiano no podía servir a la ideología nazi y combatir una guerra injusta. Su vida y su elección reflejaban su radicalismo evangélico, que no admitía réplicas, sino que provocaba e interpelaba. El padre José Karobath, su párroco, tras una conversación con él pocos días antes de que lo reclutaran, escribió: “Me ha dejado sin palabras, porque tenía las argumentaciones mejores. Queríamos que desistiera, pero se imponía siempre citando las Escrituras”. En el siervo de Dios se reflejaba su serenidad sufrida y su adhesión al significado pleno del mensaje evangélico: en él la coherencia era una señal distintiva, no por prejuicios ideológicos o por un pacifismo abstracto, sino porque manifestaba con sencillez y firmeza su fidelidad a los valores en los que creía.
Ante el terror nazi, ante la oscuridad de las conciencias y el consiguiente olvido de Dios, Franz elevó su voz sin alardes, pero con gran valor, para defender a la Iglesia de la furia anticlerical y para anunciar con su ejemplo el amor al prójimo, hermano en Cristo y no un enemigo contra el cual combatir.
A este propósito, son clarificadoras las palabras del cardenal Christoph Schönborn, o.p., arzobispo de Viena: “Considerar el martirio como una participación en el combate escatológico contra las fuerzas del poder no era simplemente una fantasía delirante de la Iglesia de los orígenes. Una figura tan límpida como la del mártir Franz Jägerstätter, campesino de Austria, nos permite comprender cuán actual es esta concepción. Su testimonio franco, que lo llevó a rechazar el servicio militar en el ejército del Reich de Hitler, desvela las fuerzas que aquí luchan entre sí”.
Franz fue procesado por insumisión por un tribunal militar reunido en Berlín, que el 6 de julio de 1943 lo condenó a muerte. Permaneció detenido desde marzo hasta mayo de 1943 en la prisión militar de Linz; desde allí fue trasladado a una cárcel en Brandeburgo, en espera de la ejecución de la sentencia. Quienes compartieron con él aquellos meses testimoniaron que soportó las pruebas con infinita paciencia, en particular el profundo dolor de la despedida de su esposa y de sus hijas. A su esposa envió una serie de cartas, en las que destaca continuamente su entrañable e inquebrantable amor a la familia, a la Iglesia y a Dios, así como su petición de perdón por todos los sufrimientos que podía haber ocasionado con su decisión de oponerse a la guerra.
El 9 de agosto de 1943, poco antes de ser guillotinado, el p. Jochmann le administró los últimos sacramentos y le preguntó si necesitaba algo. El siervo de Dios le respondió con gran entereza: “Tengo todo, tengo las sagradas Escrituras, no necesito nada”.

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