
Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Sacerdote-periodista
El día 31 de mayo, festividad de la Ascensión del Señor, celebrará la Iglesia la jornada de los medios de comunicación social. Éstos son un reto para la Iglesia.
En su conjunto no solamente son medios para la difusión de las ideas, sino que también pueden y deben ser instrumentos al servicio de un mundo más justo y solidario. Lamentablemente, existe el peligro de que se transformen en sistemas dedicados a someter al hombre a lógicas dictadas por los intereses dominantes del momento. Es el caso de una comunicación usada para fines ideológicos o para la venta de productos de consumo mediante una publicidad obsesiva. Y lo más grave, para efectuar ataques mediáticos.
Con el pretexto de representar la realidad, se tiende de hecho a legitimar e imponer modelos distorsionados de vida personal, familiar o social. Además, para ampliar la audiencia, a veces no se duda en recurrir a la transgresión, a la vulgaridad y a la violencia. Y, por último, puede suceder también que a través de los medios de comunicación social se propongan y apoyen modelos de desarrollo que, en vez de disminuir el abismo tecnológico entre los países pobres y los ricos, lo aumentan.
Cuando España se hunde en una crisis económica fortísima, el número de parados aumenta cada día hasta cifras realmente preocupantes, muchas administraciones públicas españolas no son capaces de satisfacer sus deudas con proveedores de servicios y obras, mientras la gente comienza a pasarlo mal y a sufrir el azote el hambre, produce asombro, estupor, indignación y dolor que sus medios mediáticos se ceben en los plurales ataques a Benedicto XVI condenando las palabras, en rueda de prensa, sobre el preservativo mientras volaba hacia África. Y es más lamentable cuando estas actitudes en medios de comunicación e instituciones democráticas empiezan a zarandear la persona y el magisterio global de Benedicto XVI.
Hemos de estar alertas ante las posibles manipulaciones y tergiversaciones de los mensajes y gestos del Papa. La insidiosa e inadmisible reacción de algunos medios de comunicación y de destacados políticos y líderes de opinión acerca de sus más que razonables y proféticas declaraciones de Benedicto XVI son de vergüenza.
El tema del preservativo tiene historia y mucho. Y hay muchas personas que aprovechan cualquier ocasión para montar un escándalo, con fundamento o sin él.
Nos remontamos a 1987 cuando los obispos norteamericanos proponían el ideal cristiano de la sexualidad. Viviendo en un país multicultural, sabían que la administración pública tiene el deber de tutelar la vida de todos, incluso los que no aceptan ese ideal. Por eso afirmaban que las autoridades pueden incluir una información exacta sobre los medios profilácticos. Con eso no estimulaban el uso de preservativos, sino que promovían una educación integral de las personas. Esos datos han sido olvidados por la opinión pública publicada.
Dos años más tarde, dirigiéndose a un congreso sobre el SIDA, decía el papa Juan Pablo II: “La Iglesia… se preocupa no sólo de pronunciar una serie de ‘nos’ ante determinados comportamientos, sino sobre todo de proponer un estilo de vida plenamente significativo para la persona”.
A la vista de lo que ha venido ocurriendo desde entonces, parece que a la sociedad no le interesa proponer un estilo de vida más humano y humanizador.
El Papa dijo lo que debía decir. No se ha inventado la doctrina moral de la Iglesia sobre el preservativo, sino que es avalada asimismo por la tradición de la Iglesia, sus pastores y fieles y significativa parte de la comunidad científica. Y lo que Benedicto XVI ha sembrado en África es esperanza, como lo demuestran los mismos medios de comunicación de Camerún y de Angola que apenas han dedicado espacio a esta polémica que oscurece otra problemática más cercana a nosotros y, sin embargo, los medios africanos han ponderado y ponderan con agradecimiento el conjunto de la predicación papal arrinconada por nuestros medios.
Benedicto XVI ha afrontado el tema del SIDA desde un punto de vista negativo y otro positivo. Después de recordar la tarea que la Iglesia está llevando a cabo en el mundo para prevenir esta pandemia y para cuidar a los afectados, añade: “No se puede solucionar este flagelo distribuyendo preservativos; al contrario, aumentan el problema. La solución sólo puede ser doble: la primera, una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que conlleve una nueva forma de comportarse el uno con el otro; y la segunda, una verdadera amistad también y sobre todo con las personas que sufren; una disponibilidad, aun a costa de sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren”.
En estos días se ha dicho que en las grandes ciudades de occidente, donde es fácil el recurso al preservativo, hay tantos afectados como en África, donde ese recurso es casi imposible.
Esta nueva inquisición que desarrolla las terminales mediáticas es fundamentalmente laica, agnóstica y malhumorada. La nueva inquisición está formada por todos los fundamentalistas empeñados en buscar, con razón o sin ella, el punto flaco y el lado débil de la Iglesia y acusar, denunciar, torturar psicológicamente y, si se tercia, reducir a quien interese a las cenizas de la infamia. De cuando en cuando, se abre el desván y aparecen los fantasmas del más rancio anticlericalismo para celebrar su particular y fundamentalista auto de fe.
Es el momento de recordar declaraciones como ésta: “Sólo la abstinencia sexual o una fidelidad de por vida entre parejas no infectadas eliminan totalmente el riesgo de enfermedades sexualmente transmisibles”. Por cierto, esta declaración no es de Benedicto XVI. Fue publicada el 20 de enero de 1992 por la Organización Mundial de la Salud. Habría que preguntarse por qué no es mencionada por los medios de comunicación, que seleccionan las palabras del Papa.
Por tanto, ante la jornada de las comunicaciones sociales es necesario preguntarse si es sensato dejar que estos medios se subordinen a un protagonismo indiscriminado o que acaben en manos de quien se vale de ellos para manipular subliminalmente las conciencias. ¿No se debería, más bien, hacer todo lo posible para que permanezcan al servicio de la persona y del bien común, y favorezcan la formación ética del hombre, el crecimiento del hombre interior?
Nos toca a los católicos expresar nuestro apoyo agradecido y sin fisuras al papa Benedicto XVI y exigir a nuestros representantes políticos comportamientos dignos, adecuados y respetuosos. Y lo mismo cabe exigir a los medios de comunicación y a los líderes de opinión.
“Que nadie ensucie el buen nombre de quien, a imagen de Cristo, da la vida para que todos los hombres la tengamos en abundancia en esta hora de la historia”, nos sugería hace unos días en su primera carta a los cristianos valencianos nuestro arzobispo Carlos Osoro Sierra. Ofender al Papa, y máxime de modo tan injusto e innecesario, no puede salir gratis.
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