domingo, 6 de diciembre de 2009

LA COLUMNA DE DIAZ TORTAJADA EN EOS:PLEGARIA A LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

El martes día 8 es la fiesta de la Inmaculada Concepción y el reverendo Antonio Diaz Tortajada en su columna nos dedica una plegaria a la misma.

PLEGARIA A LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

Por Antonio DIAZ TORTAJADA
Sacerdote-periodista

María, te llamo por tu nombre: Madre.
Y tú eres también amiga y compañera,
criatura sencilla y anónima en tu ámbito social,
discreta en tu comportamiento,
e irrelevante en tus características externas,
fuiste elegida por Dios para ser Madre de Jesucristo,
el Hijo de Dios hecho hombre.
Tu altísima vocación,
obra de Dios en el misterio
de sus inescrutables designios de paz y salvación,
supuso la capacitación plena,
para esa dignísima misión.
Y esa capacitación plena y perfecta,
fue la pureza absoluta,
el inicio de la santidad sin falta.
Purísima había de ser la Virgen
que nos diera el Cordero inocente
que quita el pecado del mundo.
Capacitación que tu supiste corresponder
con tu santidad sin falta,
haciendo de tu vida un ejemplo de perfecta fidelidad.
Tu fuiste elegida para que el autor
de la redención universal y eterna
entrara en la historia empecatada
y la salvara del poder diabólico que la había sometido,
tu fuiste camino limpio e instrumento dócil,
y amorosa receptora de los dones divinos.
La que tenía que ser instrumento
del acercamiento del redentor
a la humanidad necesitada de salvación,
no podía estar sometida,
ni por un instante, a las ataduras del maligno.
Por eso Dios, Señor de la creación entera,
te libró de la herencia del pecado original,
y te dotó de la gracia de la redención,
que tu Hijo iba a alcanzar mediante su curso en el mundo
cuya culminación fueron la Cruz y la Resurrección.
María:
En ti, Inmaculada desde el primer instante de tu concepción,
no hicieron mella
la fuerza y la malicia del engaño diabólico
por el que Adán y Eva perdieron su pureza original
y la capacidad de acceder hasta el Señor.
Por el pecado de Adán y Eva,
la tierra cambió su bella suerte de paraíso feliz
en oscuro destierro.
Y la historia,
que primordialmente era un ámbito
de feliz intimidad con Dios y camino directo
hacia la eternidad gloriosa,
se convirtió en espacio de contradicción
y valle de lágrimas.
En adelante,
la senda de la salvación adquiría
las notas de la estrechez y del dolor,
y la vida de la humanidad iba a caracterizarse
por la lucha interior en busca de la verdad
siempre rodeada de lejanía y de misterio;
en un ansia insatisfecha de libertad,
y en un anhelo de paz y felicidad sólo alcanzables
en la amistad con Dios que la humanidad había perdido
por el pecado de sus primeros padres.
La primera criatura beneficiaria
de la radical transformación
que supone la íntima y plena vinculación con Dios
por la gracia vencedora del pecado,
fuiste tu Virgen María, Inmaculada en su Concepción
y limpia de todo pecado en todo el curso de tu vida entera.
Tu nombre,
en el paisaje de la redención fue,
es y será, la llena de Gracia
bendita porque siempre creíste,
y bienaventurada porque escuchaste
y cumpliste la palabra del Señor.
Hija del Padre,
Esposa del Espíritu Santo,
y Madre del Hijo,
María eres la primera criatura
convertida en himno de alabanza a la Santísima Trinidad.
Tu eres el reflejo sin sombras del amor infinito de Dios
que tiene sus delicias en los hijos de los hombres.
María:
Paradigma de la fuerza transformadora
con que actúa la Gracia divina,
te conviertes para nosotros en puerta de la esperanza,
en estímulo permanente para la lucha que se nos presenta
con promesas de victoria,
en ayuda para el caminar cotidiano
y en protección frente a los peligros que nos acechan.
Al contemplar en ti el glorioso triunfo de la Gracia,
que es, al mismo tiempo e inseparablemente,
el triunfo del amor de Dios y de su infinita misericordia,
cada uno de nosotros debemos convertirnos
en voceros que convoquen a entonar
himnos de gratitud y de alabanza la Señor.
Tu eres la más fiel imagen de la Iglesia,
perfectamente santa por Jesucristo que es su cabeza,
por el Espíritu Santo que la asiste,
la anima y la conduce,
y por la fidelidad del Hijo
que en ella está como ofrenda permanente
en sacrificio de suave olor.
Y, al mismo tiempo,
siendo tu Madre de Cristo su fundador y cabeza,
eres también Madre de la Iglesia.
Amén.

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