domingo, 2 de agosto de 2009

LA COLUMNA DE DIAZ TORTAJADA EN EOS: ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LOS ANGELES


ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES

Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Sacerdote-periodista

Reina y Señora del coro de los ángeles y arcángeles:
Con el ángel Gabriel te saludamos:
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.
Eres criatura a la que Dios la ama con predilección,
El habita en ti y en ti ejerce todo su poder.
Y esto, sin ningún mérito por parte tuya,
por pura iniciativa de Dios.
María. desde el primer instante de tu concepción,
eres de Cristo:
Madre del que te engendró.
Desde el primer momento de tu existencia,
participas ya de forma anticipada
de la acción redentora y santificadora
que va a llevar a cabo el Hijo eterno del Padre,
el mismo que, mediante el misterio de la encarnación,
se va a convertir en tu hijo.
Tu, la llena de gracia,
Tuviste que devolver tu ser a Dios haciendo de tu vida
un himno de alabanza:
“Proclama mi alma la grandeza del Señor...
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”
Nosotros, desde la luz que tu vida derrama,
sentimos la necesidad de proclamar con obras y palabras
un Magníficat similar:
“Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos;
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya”
Tu vida, Señora y Madre, no fue fácil.
Pocos días después del nacimiento de tu hijo Jesús
escuchaste el anuncio de Simeón:
“Una espada te atravesará el alma”
A lo largo de toda la vida de tu Hijo
tuviste que avanzar en la peregrinación de su fe,
manteniendo fielmente la unión con El,
pero teniendo que aceptar
los incomprensibles caminos de Dios,
que te desconcertaba una y otra vez.
Y la prueba definitiva de tu fe,
María, tendría lugar al pie de la cruz,
cuando tuviste que presenciar
y participar en el desconcertante misterio de tu Hijo,
que despojándose de su rango,
se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.
Este abandono total a la voluntad de Dios,
tantas veces incomprensible para nosotros,
explica que seas el modelo supremo de fe.
Tu eres la primera de los creyentes del Nuevo Testamento,
la mejor, y, además, la madre de todos los que vendrán después
porque tu sumisión y docilidad absolutas
a la voluntad de Dios se debieron
a la especialísima acción del Espíritu Santo en Ti.
Pero es que, además, tu obediencia total
fue el desencadenante de que el Espíritu Santo
irrumpiera en el mundo a través de Jesús.
En ti, Señora y Madre, aprendemos a creer,
y gracias a ti podemos creer.
Porque te hiciste esclava, ahora eres Reina,
Reina de cielo y tierra,
Reina de hombres y ángeles.
Tu fuiste la nueva morada a la que Dios baja
por pura iniciativa de su amor y de su misericordia
para encontrarse definitivamente con su pueblo,
para ser Dios-con-nosotros.
Y esta bajada de Dios
sólo podía realizarla el Espíritu Santo.
Sólo él, que es quien produce el milagro de la vida
y el que hace a la carne capaz de Dios,
podía realizar esta entrada definitiva de Dios en la carne.
Tu maternidad divina
fue un hecho absolutamente único e irrepetible:
Dios se hizo hombre una sola vez y para siempre
en tus entrañas de una Virgen.
Esta relación entre el poder creador de Dios
y tu disponibilidad virginal de María
que se dio en la Encarnación,
ilumina también otra realidad
que nos concierne más a nosotros.
La acción del Espíritu en tu historia
fue el inicio de Pentecostés,
cuando el Espíritu irrumpiría sobre todos los creyentes.
Por eso como Iglesia relacionamos tu seno virginal
con su propio seno, la fuente bautismal,
de la que salimos los regenerados por el agua y el Espíritu.
Y tu maternidad universal no se va a quedar en el Calvario,
sino que va a intervenir de manera discreta y silenciosa
en el momento de la manifestación de la Iglesia.
Ahora que gozas de la plenitud de la Trinidad
Y has sido elevada a Reina por ser antes esclava
acoge, con tu nueva maternidad en el Espíritu,
a todos y a cada uno de nosotros en la Iglesia,
acoge también a todos y a cada uno
por medio de la Iglesia. Amén

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