María:
Tu Asunción a los cielos en cuerpo y alma
Es tu pascua particular,
tu paso de la vida histórica a la vida eterna
sin conocer la corrupción del cuerpo;
y todo en previsión de los méritos de tu Hijo Jesús
Después de que tu Hijo fuera colocado en el sepulcro,
tu fuiste la única que mantuviste viva la llama de la fe,
preparándote para acoger el anuncio
gozoso y sorprendente de la Resurrección.
La espera que viviste, Madre, el sábado santo
constituye uno de los momentos más altos de tu fe:
En la oscuridad que envuelve el universo,
tu confiaste plenamente en el Dios de la vida
y, recordando las palabras de tu Hijo,
esperaste la realización plena de las promesas divinas.
Confiamos que tu fuiste la primera
que recibiste la visita de tu Hijo Resucitado
y te anunció el destino de tu vida –en cuerpo y alma—
junto a su vida resucitada y resucitadora.
El carácter único y especial de tu presencia
en el Calvario y tu perfecta unión con Cristo, tu Hijo
en el sufrimiento de la cruz,
parecen postular una participación particularísima
en el misterio de la Resurrección.
Tu que en la anunciación
fuiste el camino de su ingreso en el mundo,
estabas llamada a difundir la maravillosa noticia
de la resurrección, para anunciar su gloriosa venida.
Así inundada por la gloria de tu Hijo Resucitado,
anticipaste el resplandor de la Iglesia.
María Virgen Santísima:
Presente en el Calvario durante el Viernes Santo
y en el cenáculo en Pentecostés,
fuiste testigo privilegiado también
de la Resurrección de Cristo,
completando así tu participación
en todos los momentos esenciales del misterio pascual.
María:
Al acoger a Cristo resucitado,
por el misterio de tu Asunción en cuerpo y alma
a la vida plena de Dios,
eres también signo y anticipación de la humanidad,
que espera lograr su plena realización
mediante la resurrección de los muertos.
María, tu eres fiel espejo
del amor de Dios hacia la humanidad.
María tu eres nuestra Madre,
que nos dio a Jesús desde la cruz.
María tu eres la que eligió Dios para ser su Madre.
María tu eres la que dijiste “sí” a Dios,
a los planes que te iba proponiendo.
María, tú eres la clara respuesta a los males
que nos envuelven en nuestro tiempo:
La crisis de moral, y de espiritualidad,
el problema de la inmigración,
la crisis de la mujer ultrajada en su dignidad.
María, tu eres consagrada a la obra de tu Hijo Jesús
y nos enseñas, desde tu oración humilde,
a ser protectores de la vida,
cuando los hombres nuestros hermanos
se encuentran en peligro.
María, tu estás en nuestro hoy
presente en el misterio de la Iglesia
que peregrina en la historia de los hombres
María, contemplándote con los ojos del corazón
se llena nuestro corazón
de la alegría profunda que irradia tu persona.
María, tu eres la gran pedagoga,
la gran maestra del Evangelio para los hombres de siempre.
María, tu arrancas de nuestros corazones las baratijas
que nos dejan más vacíos
y relegan nuestra vida a mediocridad.
Y es que siempre debemos estar volviendo nuestra mirada a ti,
María, porque tú nos llevas a Jesucristo,
nos llenas los vacíos que van quedando en el pensamiento
y que muchas veces han sido ocupados por ideologías,
o fantasías de la vida o el materialismo.
Al contemplar el misterio de tu Asunción a los cielos,
Como participación en la pasión y muerte de tu Hijo Jesús
nos hace pensar en el don concedido por Cristo
a los mortales de hacernos inmortales:
Es el destino seguro y glorioso que nos aguarda.
Si con Jesús hemos resucitado,
contigo también viviremos para siempre en la casa del Padre.
María:
Por tu íntima participación en la historia de la salvación,
reúnes en ti, y reflejas en cierto modo,
las supremas verdades de nuestra fe.
María:
En ti encontramos
el perfecto balance de fe, de esperanza y de amor,
entre el pueblo antiguo de la Alianza y el nuevo pueblo
que es la Iglesia pactado en la sangre de Cristo Jesús.
Tú eres el “magnificat” de nuestra historia
que nos interpreta la voz del Espíritu Santo:
Que Dios se ha hecho hombre.
Eres la mujer de acción que se consagra totalmente
sirviendo a Jesús en Nazaret, en la cruz,
en el tiempo de la Pascua con los discípulos,
hasta tu asunción a los cielos.
Eres la mujer del Evangelio,
la que todo lo medita en el silencio de su corazón.
Eres la mujer de obediencia y coraje.
Eres la Madre de Dios, sinónimo de esperanza,
fuente de inspiración inagotable para todo hombre
de cara a su destino,
de cada cristiano que desea conocer más profundamente su fe
y su amor a Dios.
Eres modelo de obediencia al Padre:
He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra.
Y estás presente junto al pueblo de Dios,
la Iglesia que peregrina en la historia
y en cada acontecimiento de la vida.
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia
a ti acudimos tus hijos necesitados.
Ruega por nosotros Santa Madre de Dios
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
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